Se han lanzado al mercado muchos nuevos dispositivos y aparatos en forma de piezas para llevar puestas, equipos conectados, sensores automovilísticos, GPS, sistemas móviles y telemáticos, balizas, drones y muchos otros que llevan la promesa de entregar nuevas perspectivas de usuario para la industria aseguradora. Pero ¿serán realmente útiles para los seguros? ¿Ayudarán realmente al surgimiento de productos y servicios mejores y más personalizados? ¿Serán los datos realmente más precisos a la hora de tarifar los riesgos? Estas nuevas perspectivas, ¿permitirán influenciar la conducta del cliente y trabajar proactivamente en la prevención de pérdidas? ¿O se trata solo de una nueva moda que nunca alcanzará importancia estadística? Por otro lado, los fabricantes, distribuidores y consumidores, ¿podrán beneficiarse al tener una industria aseguradora que participa en la cadena de valor de la Internet de las cosas?

Al segregar el análisis a dispositivos que apuntan a ser los principales consumidores de grandes corporaciones y PYMEs y emparejar estos con las líneas comerciales de las aseguradoras, desde dispositivos que abordan consumidores individuales y sus familias, tendría sentido para las líneas de seguros personales (incluyendo también los de vida y A&H) y permitiría tomar un lógico primer paso para tratar de alcanzar una conclusión sólida.

Al descomponer el análisis en torno a las potenciales ventajas que estos dispositivos podrían tener para las compañías aseguradoras, dependiendo del objetivo de los usuarios, las preguntas a contestar debieran girar en torno a los beneficios que la Internet de las cosas podría tener para los clientes en sí mismos, en primer lugar, y también si los seguros pueden agregar valor a esos productos. Además, permitiría comprender de algún modo qué compañías, modelos de negocios y mercados objetivos para estos productos podrían tener la mayor penetración y compromiso.

¿Podrían los sensores ayudar a los dueños o administradores de restaurantes manejar su stock de manera más eficiente? ¿Podrían los drones realmente ayudar a los agricultores a incrementar su producción? ¿Podrían los telemáticos realmente ayudar a los dueños de flotas en la administración de sus choferes? ¿Podrían los dispositivos portables ayudar a la gente a estar más saludables y alcanzar sus metas de fitness? Contar con maletas inteligentes, ¿puede realmente mejorar la experiencia de viaje para los viajeros? Y la lista podría seguir.

En el caso de las líneas comerciales, donde las preguntas debieran ser más bien directas, ¿están generando estos productos significativas ventajas o negocios para sus clientes? ¿Están reduciendo costos? ¿Generando más ingresos? ¿Ayudando a ampliar su cuota de mercado? ¿Cuál es el retorno de la inversión? Etcétera. Si la respuesta a muchas de estas preguntas es positiva, entonces realmente tendría sentido para los titulares de seguros sumergirse en el tema y acelerar su estrategia en torno a la Internet de las cosas.

En el caso de los clientes particulares, las preguntas por hacer no parecen tan simples, al menos no en el inicio. ¿Comprará la gente un refrigerador conectado a la red? ¿Por qué lo harían? ¿Porque viven vidas tan ocupadas que ni siquiera tienen tiempo para abrir el refrigerador para ver si se han quedado sin tomates o si los que quedan están en buenas condiciones? ¿Qué pasa si el refrigerador inteligente no solo puede mandar un mensaje recordatorio, sino que además puede hacer un pedido en línea al supermercado, y a través de cámaras de seguridad y cerraduras inteligentes, permitir que el personal encargado de la entrega lleve las verduras a la casa y las ponga dentro del refrigerador por ellos? ¿A qué costo? ¿Qué pasa si algo le ocurre al refrigerador, a la casa, a las verduras, al servicio de delivery, y el seguro surte efecto de tal modo que el consumidor obtiene cobertura inmediata? ¿Ayudaría esto a que los refrigeradores inteligentes tengan una mayor penetración en el mercado? Tal vez. ¿El potencial servicio de valor agregado de tener una casa conectada supera los riesgos y costos de tales inversiones, o es solo algo agradable de tener y deseable solo para nichos segmentados (por ejemplo, la aspiradora robótica Roomba)? ¿Están los consumidores listos para tener sus vidas, casas, autos y familias aún más conectadas? Puede ser. Pero entonces, ¿cuáles dispositivos serán los ganadores? ¿Los anteojos? ¿Los relojes inteligentes? ¿Los asistentes virtuales? ¿Los termostatos inteligentes? ¿Las balizas? ¿Todos ellos?

Hay decenas de estudios y reportes que predicen que más de 20, 30 ó 50 mil millones de “cosas” estarán conectadas en los próximos años. Entonces, ¿debieran los actores del mundo asegurador trabajar en el desarrollo de sociedades, acuerdos de distribución y estrategias comerciales que beneficien también a los fabricantes de dispositivos, distribuidores y consumidores finales? Probablemente. Pero, nuevamente, ¿qué dispositivos serán los ganadores y cuánto tiempo les llevará esto?

Esto no será un caso en el que el primer jugador se lleva todo el juego (ver el caso de los anteojos Google Glass, de iwatch o de Fitbit). Será más bien sobre predecir qué dispositivos tienen el potencial para tener la mayor penetración, la mayor capacidad de generar compromiso (para entender cómo funciona un programa de seguros se necesitan al menos 12 a 18 meses de un volumen de datos consistente y significativo) y el precio correcto, para nada una tarea fácil.

Los operadores debieran diseñar y desarrollar productos que puedan aprovechar los datos de estas nuevas fuentes. Pero, al mismo tiempo, los productos de la industria de seguros debieran añadir valor y potenciar los productos mismos para la ganancia exitosa de nuevos socios y canales de distribución, además de reducir las barreras de entrada para nuevos clientes y acelerar su penetración e involucramiento. De esta manera cada fabricante, distribuidor o cliente se beneficiaría al tener servicios de seguros añadidos a sus productos y los seguros se convertirían en un indispensable en el juego de la Internet de las cosas.